Empezó otra versión de la Feria Internacional del Libro de Santiago. No sé en qué número va ni tampoco creo que importe. Lo que sí recuerdo de los últimos años es que he estado en el stand de La Calabaza del Diablo, la editorial de la cual he sido editor por cinco años.
Pero como esto lo escribo desde Buenos Aires, a pocos días de partir a Santiago después de seis meses, me gustaría referirme a algunos mitos sobre el mundo del libro que se ha construido desde “allá”.
Para empezar, los libros no siempre han sido baratos en Buenos Aires. Durante la dictadura, el gobierno de Alfonsín y entrado el primer mandato de Menem no lo eran.
Ésa es una construcción que se ha armado en el último tiempo, apoyada en lo que fue la crisis del 2001, que posibilitó que muchos chilenos pudiéramos venir a Buenos Aires, muchos por primera vez, y que hizo que los precios estuvieran por los suelos.
La primera vez que vine coincidió con los primeros meses de Néstor Kirchner en el poder y recuerdo que Avenida Corrientes era una “zona de liquidación”, y no sólo de libros. Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag, lo adquirí en la desaparecida librería Gandhi en quince pesos. Ahora que lo pienso, el título del libro era representativo de ese momento de la historia argentina.
Pero como las experiencias personales no bastan para demostrar hechos, me remitiré a Elsa Drucaroff, escritora y académica de la UBA, que hizo una interesante y polémica investigación sobre la escena literaria de pos dictadura, entendiendo este período desde los ochenta hasta el 2007.
En una parte de esta investigación de más de quinientas páginas (Los prisioneros de la torre, Emecé, 2011) se refiere a la Revista Babel, dirigida por Jorge Dorio y Martín Caparrós, y que fue protagonista de la escena literaria argentina entre 1988 y 1991. “La ingeniosa bajada que seguía al título Babel era ‘todo sobre los libros que nadie puede comprar’. La revista aludía al elevado precio de estas mercancías culturales durante la última época del alfonsinismo, situación que cambiaría radicalmente con la convertibilidad menemista”.
Menem hizo que todos pudieran comprar lo que quisieran: la paridad con el dólar lo permitía. Podríamos decir que cuando nosotros teníamos paridad con el dólar los libros en Buenos Aires eran baratos, pero no sé cuánta gente se habrá animado a finales de los setenta, comienzos de los ochenta, a viajar hasta acá para comprar libros.
Hoy los libros nuevamente están subiendo de precio. Pero además el eje del mercado del libro, que antes era Corrientes, se trasladó a Palermo.
Las librerías que permanecen en la famosa avenida casi todas son grandes y poseen más de una sucursal: Cúspide, Hernández, Prometeo. En ellas uno encuentra de todo y nada. Todo lo que podría encontrar en Chile pero nada exclusivo, o inencontrable. Aunque claro, para los fieles seguidores de Anagrama, ahí tienen a Cúspide, su distribuidora.
Lamentablemente sus vendedores son escasamente competentes y se parecen mucho a los vendedores de las cadenas en Chile.
Podría continuar con eso de que los argentinos están especialmente preparados para la lectura y afirmar que eso también es falso. La otra vez estuve en la Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) en la UBA, y el comprador tenía poco o nada conocimiento de libros, y los estudiantes que daban vueltas estaban más preocupados de una cerveza que de otra cosa. No los culpo, yo hacía lo mismo a su edad.
Podría decir finalmente que para una editorial independiente argentina vender seiscientos ejemplares de un título es un éxito, pero ¿para qué?… Está claro el punto, ¿onofre?