Se entiende como sordera selectiva una anomalía consistente en no escuchar aquello que molesta o no se entiende.
Más que un trastorno auditivo parece ser una capacidad analítica tendiente a evitar incomodidades y molestias. Ello aqueja a la derecha respecto de las recomendaciones de organismos internacionales en materia económica.
Sus líderes, técnicos e incluso sus medios de comunicación suelen recoger con bombo aquellos llamados de entidades multilaterales cuando abogan por el mercado y la libre competencia.
Se desvelan analizando los rankings de competitividad y buscando la forma de convencernos de que nuestras regulaciones son excesivas, lo que atenta contra el progreso.
Curiosamente, nuestros empresarios obtienen – bajo esas normativas – jugosas utilidades e incluso se expanden por el continente precisamente hacia donde las legislaciones son aún más rigurosas.
Los reportes que causan mayor euforia en los teóricos neoliberales criollos son aquéllos que advierten trabas burocráticas a la inversión, rigideces en la legislación laboral y excesos de la política impositiva.
Cada vez que un informe contiene este tipo de críticas no tarda en ocupar primeras planas en diarios anaranjados, páginas relevantes de suplementos de negocios y ser motivo de análisis en seminarios y foros efectuados sobre la cota 1000.
Expertos entrevistados advierten, inmediatamente, que estos temas dificultan nuestro camino al desarrollo y la creación de empleo.
Luego, no se les mueve un músculo cuando se demuestra que, sustantivamente con las mismas leyes laborales y tributarias, el país pasa por ciclos de elevado crecimiento.
Un caso patente es que los mismos que hace dos años demonizaban las normas sobre contratación y despido, ahora se ufanan de la creación “histórica” de puestos de trabajo.
Evidentemente, tampoco se ocupan de explicar los cambios en la encuesta que explican este milagro.
El último episodio de hipoacusia temporal de la derecha lo hemos visto con ocasión de la crisis educacional.
Primero, la OCDE alertó sobre la enorme desigualdad de nuestro sistema educativo.
Luego, el Fondo Monetario Internacional, vanguardia del neoliberalismo global, cuyas recetas suelen ser alabadas por muchos de nuestros economistas, recomendó una reforma tributaria para enfrentar el problema.
Una muestra casi caricaturesca de que la profunda inequidad del país y de su educación sólo puede ser resuelta con un mayor compromiso de los sectores más favorecidos de la sociedad.
Sin embargo, la derecha, partiendo por el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, defendió la “soberanía de Chile” para seguir adelante con sus propias políticas económicas.
El oído izquierdo del secretario de Estado y de los más destacados técnicos del Gobierno no acusó el golpe.
Mientras el clamor, tanto nacional como internacional, por un cambio profundo en educación es cada día más fuerte, la derecha abusa de su sordera selectiva para sostener un sistema que no resiste ningún estándar y se muestra más neoliberal que el propio FMI.