Chile ha cambiado decisivamente en los últimos años. Muchos de esos cambios se verificaron de manera silenciosa.
Fueron madurando de manera oculta en la ciudadanía, entre las nuevas generaciones de estudiantes, en los ciudadanos que tienen mayor conciencia ambiental, entre todos aquellos que progresivamente se cansaron de la exclusión y del anquilosamiento institucional del país.
Creo que ha emergido un Chile nuevo. A veces con torpeza y falta de organización, a veces con rabia mal contenida, pero con la vehemencia y la pasión vivas y puestas en demandas que nadie puede desoír.
Por lo mismo, la coyuntura nos ha puesto frente a grandes decisiones.
Si los cauces institucionales son insuficientes, los estudiantes recurren al diálogo directo con el gobierno.
Si éste se rompe, parece que de nuevo nos encontramos ante un callejón sin salida, y esa parece ser la apuesta –totalmente equivocada- del gobierno.
Yo veo en esa situación que hay que trabajar ya, con urgencia, en construir una democracia más participativa, con más mecanismos de inclusión ciudadana.
Y la discusión sobre educación, por otra parte, toca cuestiones esenciales del régimen constitucional y legal: una discusión sobre derechos y sobre deberes, sobre impuestos, sobre la manera de entender las funciones y tareas del Estado.
La conclusión es una y simple: tenemos que cambiar la Constitución.
Tenemos que ordenar un debate que se consume en muchos frentes y llevarlo a donde corresponde, al Congreso Nacional, y desde allí reformular por completo la institucionalidad vigente.
Chile necesita una nueva Constitución no solo para terminar con el sistema binominal, sino también porque la que actualmente tenemos es una camisa de fuerza para garantizar el derecho a la salud, el derecho a la educación y la inclusión de los pueblos originarios, entre muchos otros temas.
Pero no se trata sólo de canalizar y de dar respuestas a los problemas más visibles que deja a la luz la actual Constitución.
Se trata, como decía al principio, de que Chile cambió.
Y ese cambio se manifiesta en la calle, en los barrios, en las cacerolas, en las marchas, en las redes sociales.
La única respuesta posible desde la política, la única respuesta a la altura de la ciudadanía, es ir todavía más allá y formular una Constitución que ordene y responda no sólo al presente, sino también al futuro.