Es muy evidente que el uso de los conceptos lucro y usura han sido profusamente mencionados en los últimos meses, tanto en el debate sobre Educación, como en los análisis acerca de las utilidades de los bancos y respecto a la llamada Tasa (de interés) Máxima Convencional.
También ha resultado claro que ambos conceptos se utilizan con una connotación peyorativa.
Sobre estos temas, resulta de interés comprender su origen y las razones de su uso como concepto negativo.
De un primer estudio, muy simple, haciendo búsquedas en Internet, se obtienen algunas precisiones interesantes desde el punto vista económico, que nos llevan a comprender por qué, comúnmente, se plantean estas palabras como algo malo, dañino, casi pecaminoso.
Lo que sigue, es una selección de párrafos de diferentes autores, con comentarios del autor. Omití el uso de comillas, porque he intercalado frases de diferentes textos y re redactado en casi todos los casos.
Sabemos que lucro proviene de la locución en Latín lucrum que, de acuerdo a la RAE, significa ganancia o provecho que se saca de algo; por lo tanto son utilidades obtenidas en cualquier negocio o servicio, actividad de producción o de comercio.
Por su parte, usura también proviene de una voz latina, (usūra). Las definiciones de la RAE, son:
1. f. Interés que se lleva por el dinero o el género en el contrato de mutuo o préstamo.
2. f. Este mismo contrato.
3. f. Interés excesivo en un préstamo.
4. f. Ganancia, fruto, utilidad o aumento que se saca de algo, especialmente cuando es excesivo.
La acepción de usura, desde muy antiguo, es la de precio del uso de una cosa; equivale, por consiguiente, al interés del capital en un préstamo, la costumbre ha llevado a que se aplique, más bien, al interés del dinero y de las cosas fungibles.
El concepto de cobrar una tasa de interés fue duramente condenado, como veremos, por lo que la palabra usura tomó una cierta significación de vicio y de reproche.
Por eso, una vez admitida la legitimidad de los intereses, se llamó usura a lo que excedía la tasa legal; hoy se califica de ese modo a la tasa de interés que tiene un carácter abusivo o peca por exceso sobre el precio corriente del capital.
Por mucho tiempo se utilizó el concepto de usura que formuló Aristóteles: “se aborrecerá la usura, porque en ella la ganancia se obtiene del mismo dinero y no de aquello para lo que éste se inventó, pues el dinero se hizo para el cambio, y en la usura el interés por sí solo produce más dinero. Por eso se llama en griego “tokos”, pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés viene a ser dinero de dinero, de suerte que de todas las clases de tráfico éste es el más antinatural”.
Durante el período de lucha contra la dominación sarracena, en el norte de la península ibérica se trataba de diferenciar entre los cristianos “verdaderos”, de sus adversarios moros y también de los judíos.
En ese contexto, pertenecer a una clase social baja, de acuerdo a los usos de esa época, no era demérito para la demostración de cristiano viejo, según su árbol genealógico reconstruido, sino todo lo contrario, pues era lugar común acusar a cualquier persona enriquecida de serlo precisamente por los negocios y «granjerías» que en el imaginario social se asociaban a la minoría judía o conversa (el pecado de usura prohibía a cristianos, y también a musulmanes, el préstamo con interés, y el concepto de lucro se condenaba teológicamente).
Es que en la antigüedad, al existir una economía estática, la usura correspondía al precio exigido por el uso de un bien consumible, cedido en préstamo.
Para algunos de los escolásticos del Siglo de Oro español, usura era el precio cobrado en cualquier préstamo, ya que entendían que el dinero no era productivo y de acuerdo con esta interpretación, todos los bancos practicaban la usura.
Son los integrantes de la Escuela de Salamanca quienes profundizan el estudio de los nuevos problemas que representaba la economía. Distinguen entre usura, lucro y préstamos con interés; condenan la usura, limitan el lucro y permiten el préstamo con interés. Domingo de Soto (siglo XVI) admite la moralidad de los créditos bancarios.
En el norte de Europa, la aparición del protestantismo y el calvinismo favorecen el ascenso de la burguesía, ya que son concepciones cristianas que defienden el enriquecimiento personal y el comercio, cosa que condenaba el catolicismo.
La Reforma se convierte en la ideología religiosa de la nueva clase social, por su defensa del lucro honesto y del precio justo, al mismo tiempo que respeta el espíritu gremial de la Edad Media.
Cabe recordar que todavía hoy el Islam no acepta el cobro de intereses, por lo que los bancos árabes al otorgar créditos, lo hacen a partir de fórmulas como un descuento sobre el capital al entregar los recursos (por ejemplo, un préstamo por 100 significa entregar al deudor 90).
El papa Benedicto XIV, en Vix Pervenit, de 1745, luego de ratificar como pecado la usura, admite que “mediante contratos de naturaleza muy diversa del mutuo, cada cual pueda colocar e invertir su propio dinero, ya para obtener rentas anuales, ya también para ejercer el comercio o negocios lícitos y obtener de ello un honesto lucro”.
Podemos concluir que desde el siglo XVI existe una doctrina católica sobre la usura y se acepta el cobro de intereses en operaciones de crédito, y que en el siglo XVIII se aclara que pueden existir ganancias legítimas, provenientes de una actividad productiva o comercial, acuñándose el concepto de “honesto lucro”.
Sin duda que esa conceptualización de origen católico medieval, ha influido notablemente en nuestras definiciones y percepciones sobre el carácter no sólo ilegal, sino que pecaminoso de la usura, y la connotación de ilegitimidad que tiene el lucro deshonesto, es decir, las ganancias excesivas o abusivas, que asemejan al lucro desmedido con la usura.
En el debate actual se ha planteado que el lucro no es la ganancia que se obtiene por un servicio o trabajo, sino las ganancias obtenidas a partir de resquicios legales, evasiones, explotación, injusticias, engaño.
Resulta muy clara la connotación negativa del concepto, entendido de esta forma. Aún más, se ha escrito que cuando el lucro es el fin último de las relaciones económicas, el funcionamiento del sistema económico generaría una sociedad muy desigual e injusta.
Es evidente que en este caso no se trata de un “honesto lucro”, sino de una ganancia obtenida con abusos, engaño e injusticias. Se utiliza lucro como sinónimo de estafa, que es obtener una ganancia mediante engaño.
Nótese que muchos de los conceptos utilizados tienen una connotación ética, como justicia y desigualdad, por lo tanto no son objetivos, han evolucionado históricamente, y resultan de convenciones sociales y culturales específicas.
Sin embargo, si las utilidades o ganancias obtenidas por un servicio o trabajo lo son en forma legítima, como una justa recompensa al esfuerzo y al riesgo, podemos usar el concepto lucro en su significado de “ganancias honestas”.
La cuestión es si este último significado prevalece o no en las relaciones económicas entre privados.
Pienso que prevalece, incluyendo sectores como Educación y Salud.
Esto por dos razones; una es que no creo y no percibo en la realidad que la conducta común de los empresarios y ejecutivos a cargo de las empresas, de todo tipo y en todos los sectores, sea de engaño, de malicia, tratando de explotar a los demás, abusando de su posición.
La segunda es que la competencia y las regulaciones públicas son un buen pararrayos para esos comportamientos ilegítimos, que sí existen en nuestra sociedad, pero no son la norma.
Eso no quiere decir que los resultados de las relaciones económicas de mercado no sean injustos e inequitativos, generando desigualdades inaceptables, de acuerdo a nuestra definición ética.
Para corregir esos resultados, y las asimetrías de poder y de información que existen, están las políticas públicas, que deben corregir las desigualdades, lograr igualación de oportunidades y resolver los problemas que las generan, no todos de origen económico.
La alternativa es caer en un sistema de relaciones económicas probadamente ineficiente, ineficaz para resolver los problemas, que produce injusticias y falta de libertad.
La opción que prefiero es la de generar más y mejores regulaciones, y más y mejor gasto público, para evitar los resultados injustos, las desigualdades y las fuertes diferencias en las oportunidades entre las personas; pero con participación de emprendedores privados y con un mercado regulado, en todos los sectores y actividades donde sea necesario y conveniente para toda la comunidad.