Luego de 20 años de infructuosas negociaciones directas e indirectas, Palestina ha decidido acudir a Naciones Unidas para pedir ser aceptado como un Estado más de la comunidad Internacional, dentro de las fronteras de 1967, esperanzada en poner así, al menos desde la perspectiva jurídica, un coto al expansionismo insaciable del Estado de Israel.
Lo ha hecho, por una parte, por la nula disposición de la potencia ocupante a avanzar en un proceso de paz que, en lo fundamental, tenía que ver con buscar la forma de poner término a la ocupación, para dar paso a una paz justa y duradera basada en el concepto de “dos estados para dos pueblos”.
Dentro de las garantías básicas con las que Israel debía contribuir a la construcción de confianzas, se encontraban la paralización total de cualquier actividad tendiente a ampliar los asentamientos ilegales y la disminución de los puestos de control que limitan drásticamente la libertad de movimiento de los palestinos en su propia tierra.
18 años después de iniciado dicho proceso, los colonos ilegales en los territorios palestinos se han multiplicado por tres y los puestos de control, casi por cinco.
Como si fuera poco, Israel ha construido un muro de segregación que además de ilegal, se encuentra, en más de un 70% de su trazado, sobre territorio palestino, separando a los palestinos de los mismos palestinos.
Así, lejos de prepararse a poner término a la ocupación, lo que Israel ha estado haciendo durante los últimos 18 años, ha sido ganar tiempo para provocar cambios demográficos sobre el territorio, que hagan cada vez más inviable la solución de dos Estados, dándole continuidad a su política de exterminio físico y político del pueblo palestino, por una parte, mientras por otra prepara el camino para la anexión de quién sabe cuánto territorio más, del 22% restante de la Palestina histórica.
Palestina ha decidido acudir a Naciones Unidas, además, por la evidente, inaceptable y vergonzosa parcialidad de quienes debían actuar como mediadores imparciales en el proceso.
Ello, porque todo lo anterior se ha hecho bajo la mirada cómplice de EEUU y una parte de Europa, que han seguido financiando la ocupación, mientras tienden un manto de impunidad sobre los constantes y sistemáticos crímenes y violaciones de Israel contra los palestinos, el derecho internacional, los derechos humanos y el derecho colectivo de los pueblos.
Para colmo, han promovido la normalización de las relaciones entre la comunidad internacional y la potencia ocupante, firmando tratados de libre comercio y entregándole un status de nación privilegiada en diversos foros internacionales, eximiéndole completamente de cumplir con las obligaciones mínimas de cualquier estado miembro de dicha comunidad.
Por supuesto la ofensiva diplomática palestina ha generado airadas reacciones de los hipócritas de siempre.
Sus argumentos han girado en torno a un supuesto rechazo a toda acción unilateral que dificulte las negociaciones y persiga aislar a Israel.
Extrañamente, estas reacciones provienen de los mismos países que han permitido, durante décadas que Israel, unilateralmente, haya continuado con su política de exterminio y expansión, con la destrucción de viviendas palestinas, con el castigo colectivo, con las ejecuciones extrajudiciales y con la construcción de asentamientos ilegales en Palestina ocupada, de manera inalterable, prepotente y arrogante.
Lo que los palestinos piden hoy no es nada más ni nada menos que lo que el derecho internacional les reconoce como derecho inalienable e imprescriptible, desde hace más de 43 años.
Lo que los palestinos piden hoy, mientras EEUU e Israel lo rechaza con tanto encono, es lo consignado en innumerables resoluciones del mismo organismo que dio luz verde al nacimiento de Israel en la tierra de los palestinos en 1947.
Lo que los palestinos piden hoy, es su derecho irrenunciable al retorno, a la autodeterminación y al establecimiento de un Estado Independiente en el 22% de la Palestina Histórica, con Jerusalén Oriental como Capital.
Cualquiera que se niegue a dicha solicitud o se abstenga de emitir un apoyo explicito a la misma, simplemente estará premiando la ocupación, amparando el expansionismo israelí y convirtiéndose en cómplice de las constantes y sistemáticas violaciones a todos y cada uno de los derechos humanos, por parte de Israel.
Ha llegado el momento de que la comunidad internacional de un giro sustancial en su actitud hacia Israel y la cuestión de Palestina.
Si se sigue actuando como en los últimos 43 años, seguirá obteniendo los mismos resultados y en veinte años más, no habrá nada que negociar ni nadie con quién hablar de paz, pues volver a la mesa de negociaciones en las condiciones actuales, es como si un ser humano completamente desarmado e indefenso pretendiera negociar con alguien armado hasta los dientes, la devolución de una manzana robada, mientras quien la tiene, se la sigue comiendo, a vista y paciencia de los únicos que pueden, pero no quieren detenerlo.