Si las actuaciones políticas se miden por sus efectos, la negativa de Carolina Tohá de asumir como vocera de la Concertación y la entrega de un documento del PPD a favor de una nueva coalición, deja la impresión de que la alianza de centroizquierda ha entrado quizás en una crisis definitiva.
¿Es el fin? se lo preguntan muchas personas que se identifican con la coalición más duradera y fructífera de la historia del país.
La mayoría de ellas no milita en ningún partido y, pese a reconocer las insuficiencias, valora altamente la tarea cumplida por los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet.
El documento del PPD señala: “La Concertación fue una construcción política lúcida e innovadora para los tiempos que la vieron nacer, pero cada época tiene sus actores, los que son pertinentes históricamente y responden a los desafíos del momento. La Concertación no es ese actor para esta nueva etapa”.
Lo curioso es que el PPD fue fundado casi al mismo tiempo que la Concertación, en la etapa final de la dictadura, pero sus dirigentes no parecen tener planes para “reformularlo”, cambiarle el nombre o elegir nuevos rostros para su conducción.
En abril, el consejo nacional del PPD había acordado promover, a propósito de la elección municipal, “la conformación de una sola lista de concejales que integre a toda la Concertación sobre la base de la representación de cada partido obtenida en la última elección municipal en octubre de año 2008. Pero se debe asegurar que todos los partidos de la coalición tengan al menos un candidato en cada una de las comunas de Chile”.
Esa propuesta parecía provocar consenso, pero los radicales la rechazaron.
Poco después, el PPD dio a entender que no estaba dispuesto a ir en una lista con la DC y el PS, y empezó a negociar una lista aparte con los radicales, tal como lo hizo en 2008.
Quienes proponen “superar” a la Concertación, u organizarle “un funeral con honores”, como dice el senador Quintana, razonan como si la Concertación hubiera sido hasta hoy una coalición de fantasmas, y no el pacto de 4 partidos. Es como si la coalición tuviera defectos, pero los partidos no.
¿Cuáles son los estándares de funcionamiento democrático de ellos? ¿Cuál es la autocrítica de las cúpulas partidarias?
El PPD no aclara cuáles de sus actuales aliados quedarían al margen y cuáles llegarían a la nueva coalición.
Habla de integrar a “actores políticos y sociales”, pero ello se presta a equívocos.
Sería un despropósito sumar partidos con organizaciones sociales.
No sólo eso: es deseable que los partidos no sean el furgón de cola de la CUT, la ANEF o la Confech. Si se trata de un bloque político, hay que pensar en los partidos que existen.
En la política siempre hay cálculos de poder. Los de quienes mandan en el PPD -Girardi y su grupo-, son más o menos conocidos: crear un polo supuestamente más progresista, que aísle, arrincone o excluya a la DC, y que favorezca la vuelta a los tres tercios electorales.
Esa es también –pura coincidencia-, la postura de Carlos Ominami y ME-O.
Las cuentas son estas: si se mantiene el binominal, armar un tercio con radicales, meístas, navarristas, arratistas, humanistas, que se convierta en la segunda fuerza electoral, detrás de la derecha, y que, por ende, elija más parlamentarios que la DC y el PS.
Además, ese polo levantaría un candidato presidencial propio, que buscaría pasar a segunda vuelta.
¿Cuál es el piso de la propuesta de Tohá?
En El Mercurio (17 de septiembre), Jorge Arrate dijo: “yo no estoy disponible para ser parte de la Concertación ni de la neo Concertación”; Alejandro Navarro: “el mejor espacio para construir un frente amplio de oposición es la calle, la movilización y los movimientos sociales”; ME-O: “a la Concertación no queremos volver ni queremos construir una nueva, para nada”; Monteverde (humanista): “el PH no está dispuesto a ser salvavidas de un proyecto que fracasó”. Ese es el cuadro.
En resumidas cuentas, existe una coalición real que, pese a sus limitaciones, cuenta con un respetable patrimonio, y existe una coalición imaginaria, hipotética, de contornos imprecisos.
Es muy profundo el descrédito de la llamada clase política.
Por esto, son urgentes varias reformas, entre ellas el cambio del sistema binominal, que ha permitido que algunos parlamentarios permanezcan más de 20 años en el Congreso, y una nueva ley de partidos, que asegure democracia interna, financiamiento público y rendición de cuentas.
Pero lo esencial es renovar las formas de hacer política, sobre todo combatir los vicios del caudillismo, el clientelismo y la demagogia.
De poco servirá la retórica del cambio si no se tocan los intereses de la casta parlamentaria que ha sacado provecho del binominal. Es sabido que algunos diputados fijan hoy sus “opciones doctrinarias” en función del cupo senatorial que quieren capturar en dos años más.
¿Será capaz la centroizquierda de ofrecer un camino que la mayoría de los chilenos sienta que vale la pena recorrer?
¿Podrá encarnar una línea de acción que no dependa de los cambiantes humores de la calle, que asegure la gobernabilidad, que muestre una opción de progreso real y apueste por el perfeccionamiento de la democracia, la inclusión social y la participación ciudadana?
Las dudas son hoy mayores que hace un mes. Ignoramos qué va a ocurrir de aquí al 5 de octubre.
No sabemos si el presidente del Senado va a renunciar a su cargo, ya que fue elegido por los senadores de una coalición que él considera agotada.
Sería lamentable que algún partido ya tuviera casa aparte.
Lo claro es que, si se consuma el entierro de la Concertación, ello será celebrado por sus adversarios de siempre. Para la derecha, será un regalo inesperado.