La república de Chile celebra–simbólicamente—sus 201 años de vida independiente. Las fiestas patrias conmemoran el hecho fundacional que nos constituye como comunidad política auto-gobernada: el paso de una colonia de súbditos a una república de ciudadanos.
Este “bicentenario más uno” nos encuentra en un momento particular de la vida cívica: con una ciudadanía unida en torno a las tragedias del terremoto, los mineros, el accidente aéreo y al mismo tiempo descontenta y distanciada de su institucionalidad política, como reflejan el movimiento estudiantil y las demandas de plebiscito y nueva constitución.
Una suerte de fulgor republicano recuerda el que encarnaron los próceres de la independencia, pero que se ahogó luego en el retroceso autoritario de la Patria Nueva y más tarde en el triunfo conservador en Lircay.
El mismo que resurgió en los 1860s en los Clubes de Reforma que dieron origen a la República Liberal, tras las enmiendas constitucionales de los 1870s.
La gente sale a la calle porque la actual república de Chile, construida sobre los cimientos de una Constitución militar recauchada pero ilegítima, no la representa.
Contra un país construido desde arriba –ni en nuestros mejores días hemos tenido una constitución elaborada democráticamente—los ciudadanos intentan recuperar la raíz popular de la república. La cueca chora, brava, urbana, Violeta Parra como patrimonio nacional y no de un sector, son ejemplos de la voluntad de reivindicar un Chile menos elitista.
La fiesta de la independencia es una celebración de nuestra libertad como comunidad política.
Sin embargo, muchos se sienten defraudados de esta república que desde sus instituciones esenciales propone una noción de la libertad que la reduce a la autonomía individual para actuar privadamente en la forma que cada uno quiera.
Hannah Arendt distinguió en 1963 entre liberación y libertad: la primera, dijo, es una condición para la segunda, pero no es su contenido. Una vez que nos liberamos de un yugo opresor, debemos darle contenido a la libertad.
La liberación puede darse bajo cualquier régimen político, siempre que permita deshacernos de quien abusa del poder.
La libertad, en cambio, sólo puede existir en una república de ciudadanos activos que participan de las decisiones colectivas, defienden sus derechos y fiscalizan a sus gobernantes.
La libertad como ausencia de opresión, que resulta de la liberación, nos deja en condiciones de elegir, de emprender, de ir hacia donde cada cual estime conveniente. Pero no nos constituye como comunidad política.
Con la derrota de Pinochet, Chile logró liberarse. Pero la verdadera libertad republicana no llegará mientras exista la brecha entre instituciones y ciudadanos que evidencia hoy el enorme nivel de desafección con los actores y las instituciones políticas.