Economistas, líderes de potencias mundiales y pensadores han alertado tantas veces la llegada del abismo que los ciudadanos de varios países europeos empiezan a preguntarse qué tal se vivirá en él.
Por supuesto, Grecia sería el detonante. Ese país que supone poco más del 2% del PIB europeo ha puesto a toda la unión monetaria en horas de tensión, por sus problemas (imposibilidad) para pagar la deuda.
En los últimos días, los rumores de una quiebra han asolado las Bolsas y los mercados de deuda continentales, a la vista de la incapacidad de la nación helena de cumplir los compromisos asumidos para liberar los fondos del plan de rescate y la intransigencia de algún país como Alemania para seguir adelante con lo pactado si no se dan todas las condiciones firmadas.
Las probabilidades de que Grecia vaya a la bancarrota “son tan altas que se podría decir que no hay forma de evitarlo”, decía ya en junio Alan Greenspan, hombre que alcanzó la presidencia de la Reserva Federal estadounidense por un largo período.
Pero el Fondo Monetario Internacional (FMI) y Europa están decididos a que eso no suceda y pareció que lo iban a conseguir con los acuerdos firmados el 21 de julio para el segundo plan de rescate griego.
¿Por qué tanto interés? La quiebra griega pondría a varios bancos estadounidenses contra la pared. Y ahí está la explicación. Si el sistema financiero de Estados Unidos se ve afectado, ¿qué pasará con el europeo?
El temor o pavor a que una quiebra de Grecia arrastre al sistema financiero de países como Alemania o Francia (los que tienen la banca más expuesta a la deuda griega), ha significado que el BCE compre bonos griegos por miles de millones de euros en los últimos meses, para evitar que esta realidad provoque una caída en cadena de otras naciones con problemas de deuda, como Portugal, Irlanda, Italia e incluso España.
Ni contigo ni sin ti.
El futuro de la zona euro parece ligado inexorablemente al de Grecia. Y la posible expulsión del díscolo socio que tan alegremente esgrimen algunos políticos alemanes y holandeses podría significar la desaparición de la Unión Monetaria Europea a sólo 13 años de su nacimiento.
La mayoría de los escenarios manejados en Bruselas o Washington apuntan que la salida de un país de la zona euro desencadenaría una versión extrema de la inestabilidad generada por una potencial reestructuración de la deuda.
Y que tanto el país saliente como los que continuarán compartiendo moneda afrontarían una sacudida económica difícilmente soportable.
La salida de la Unión Monetaria haría inevitable la reestructuración de una deuda asumida en euros e imposible de reembolsar en una nueva moneda en previsible depreciación continuada y sin ninguna credibilidad internacional.
La quita a los acreedores privados, que algunos cálculos sitúan en el 80%, dejaría a Grecia sin acceso a la financiación de los mercados durante una larguísima temporada, por lo que seguiría estando a merced del Fondo Monetario Internacional.
Las consecuencias políticas de una salida del euro no serían mucho menores. Para empezar, no hay ningún mecanismo previsto para llevarla a cabo.
Algunos analistas dudan incluso que Grecia pudiera continuar en la Unión Europea, al menos, en condiciones normales, porque para evitar una fuga masiva de ahorradores e inversores Atenas tendría que restablecer un control de la libre circulación de capitales incompatible, en principio, con el Tratado de la UE.
Con todo, resulta previsible que el mayor impacto no lo sufriría Grecia sino el resto de la zona euro. Por lo pronto, se quebraría la irreversibilidad de los tipos de cambio pactados con cada país para su adhesión a la Unión Monetaria. Con Grecia fuera del euro, los inversores se preguntarían qué país puede ser el siguiente.
El aumento de los tipos de interés obligaría a los países a mejorar su situación fiscal con más rapidez aún que la prevista en los radicales ajustes acometidos hasta ahora, porque sólo así podrían evitar un deterioro de su nivel de deuda y prevenir nuevos castigos en el mercado de bonos.
La amenaza no es menor porque Grecia puede provocar un cataclismo en la zona euro y alrededores. La debacle de su sector financiero arrastraría de entrada buena parte de los Balcanes, donde la banca griega tiene presencia de hasta el 20% de los activos en Bulgaria, Macedonia o Albania y de más del 15% en Serbia o Rumanía.
Y a partir de ahí, el efecto dominó podría hacer que Europa acabase teniendo que rescatar a una decena de países por haber gestionado mal un problema que afectaba a solo el 2% del PIB de la zona euro.