En los últimos meses de la política chilena, son los jóvenes políticos estudiantiles los que han marcado y dirigido, en buena medida, la agenda de asuntos nacionales.
No se percibe mucha influencia de su entorno político adulto. Más bien los adultos se han ido plegando de manera cada vez más intensa y a-crítica a las demandas y movilizaciones estudiantiles.
Los profesores, que por esencia debieran ser parte importante e influyente del movimiento estudiantil, aparecen como meros acompañantes, a través de la persona del Presidente del Colegio de Profesores.
Los dirigentes políticos adultos, en una reciente sesión del Congreso Nacional, se han puesto de pié para luego escuchar y aplaudir, sin exteriorizar la capacidad de crítica que por cierto tienen, los planteamientos de los dirigentes estudiantiles, recibidos como los líderes indiscutidos e indiscutibles de una nación que no es precisamente de jóvenes sino, cada día más, de viejos.
(Primer paréntesis: ¿no valdría la pena haber discutido en mayor profundidad, racional y objetivamente, temas como los significados del vocablo lucro, o qué significa la frase “garantizar constitucionalmente la calidad de la educación”, por ejemplo?).
Por su parte, los dirigentes sindicales, también adultos, han tomado las demandas estudiantiles y les han dado un sentido más amplio, por eso mismo más vago.
¿Será que los jóvenes estudiantes tienen la razón en todo?
Desde mi perspectiva analítica, pienso que es prácticamente imposible que alguien o cualquier grupo social, de la naturaleza que sea, por numeroso y poderoso que sea, pueda tener la razón en todo.
Cada uno de nosotros y cada una de las agrupaciones políticas y sociales representan ideas, ideologías, valores, intereses, intenciones, demandas, necesariamente distintas, incluso contradictorias. Ninguna de ellas puede ser declarada como la única válida y absolutamente legítima, como para imponerla sobre las otras.
La gran virtud del régimen político democrático es que, precisamente, permite y estimula que todos, individual u organizadamente, puedan expresarse y plantear sus posiciones.
Ello para contrastarlas, argumentarlas y ponerlas a consideración de los demás, a fin de que en último término sea el soberano -el pueblo, todos nosotros- el que decida.
Así es porque en democracia se cuentan las cabezas –una persona, un voto- y no se cortan; alternativa esta última que no es una mera alegoría como queda en evidencia cuando se derrumban los regímenes políticos democráticos y son reemplazados por cualquier otro que sea.
(Segundo paréntesis: ¿cuánta desafección y ataque iracundo e incluso violento al régimen político democrático puede soportar éste, no importando cuán imperfecto sea?; y ¿cuánta ineficiencia, incapacidad de resultados en el ámbito de la justicia social, indiferencia encubierta o rampante por la suerte de los más pobres, desigual distribución de la riqueza, incapacidad de perfeccionamiento de sus mecanismos, puede soportar un régimen político democrático sin poner en riesgo su propia existencia?).
De otro lado, está claro que los jóvenes dirigentes estudiantiles actúan sin temor.
Pertenecen a una generación denominada de los sin miedo. Bien me parece. Pero debieran considerar que ello se debe a que una definición del régimen político democrático es precisamente la ausencia de miedo.
Opino que la política chilena es y seguirá siendo tremendamente conflictiva e intensa y que los jóvenes pueden no tener miedo.
Pero al parecer hay otros chilenos que sí lo tienen. Podríamos preguntar, por ejemplo, a los pequeños comerciantes, los locatarios, empleados y trabajadores de los negocios y establecimientos ubicados entre la Plaza Italia y la estación Los Héroes del metro.
Otro ejemplo, ¿los padres o apoderados de los jóvenes en huelga de hambre desde hace ya varias semanas, algunos en riesgo alto de perder o deteriorar severamente su propia vida, no habrán experimentado el miedo que alguno de ellos muriera, como este columnista y probablemente muchos de ustedes experimentaron?
Propongo entonces que hagamos un esfuerzo para que la aludida ausencia de miedo político, que tiene un enorme valor, prevalezca y sea un bien de todos los chilenos.