Quienes ocupan posiciones de liderazgo deberían hacerse siempre esta pregunta al adoptar decisiones importantes: “¿y qué viene después?”
Nadie puede anticipar el futuro, pero uno espera, por lo menos, que los líderes imaginen el curso probable de los acontecimientos y se hagan responsables de sus actos, ya que estos repercuten, para bien o para mal, en el interés colectivo.
Hay que enfatizar hoy la responsabilidad de los conductores, esto es, de quienes gobiernan, de los parlamentarios, de los líderes de los partidos políticos, de los dirigentes estudiantiles y de los sindicalistas.
Todos están obligados a medir sus pasos, a pensar en los intereses de la comunidad y a tratar de no cometer errores irreparables. Ello significa no actuar como el aprendiz de brujo, que desata espíritus que luego no puede controlar.
Chile puede seguir progresando. Eso implica, en primer lugar, asegurar que el régimen de libertades no se debilite y que perfeccionemos las instituciones democráticas. Por ello, es recomendable generar un clima que permita dialogar, discrepar y encontrar caminos de consenso.
No hay otra forma de progresar en un régimen de libertades. Ningún sector puede asignarse una supuesta superioridad moral para imponer su punto de vista al resto de la sociedad.
Debemos proteger el derecho a manifestarse en las calles, a asociarse libremente, a plantear demandas, y eso sólo es posible en el marco de la legalidad que, a su vez, nos protege a todos. Cualquier ambigüedad en este terreno puede ser muy costosa.
Recuperamos la democracia para que fuera posible la diversidad, el pluralismo, la tolerancia, el respeto a las garantías individuales, para superar la visión de que los adversarios políticos eran enemigos, que tantos dolores causó a la sociedad chilena.
La democracia es un régimen cuya fortaleza reside principalmente en la posibilidad de que haya suficientes demócratas dispuestos a defenderla. No ocurrió así hace 38 años y no debe volver a ocurrir. Pero nada está escrito. La historia demuestra que las cosas siempre pueden cambiar para peor.
Independientemente de que a muchos no nos gustó el resultado de la última elección presidencial, fue positivo para nuestra convivencia que se produjera la alternancia en el poder en completa paz. Era una prueba que tenía pendiente la institucionalidad surgida en 1990, y la aprobó sin problemas.
El país no está en crisis. Los conflictos de hoy son los normales en una sociedad abierta.
Debemos procurar que se mantengan dentro de los cauces legales. Si algunos creen que, puesto que hay un gobierno de derecha y el Presidente está debilitado, cualquier forma de oposición es válida, se equivocan gravemente. Esa es la manera rudimentaria de ver las cosas de los grupos llamados autónomos, que rinden culto a la violencia y al “caos creador”, pero no puede ser, y hasta hoy no es, la actitud de las fuerzas de centroizquierda que están representadas en el Parlamento. No debe haber concesiones a la lógica de “tanto peor, tanto mejor”.
Se necesita una salida para el largo conflicto educacional. Sus efectos no deseados son múltiples, en primer término el desastroso impacto que ha tenido en los estudios de miles de estudiantes (para mayor agobio de sus familias).
En no pocos colegios municipales que han estado en paro o en toma durante más de dos meses está produciéndose un éxodo de muchos alumnos hacia los establecimientos particulares subvencionados; en varias universidades estatales de regiones se están trasladando numerosos estudiantes hacia las universidades privadas. No bastaban, pues, las buenas intenciones. Por el camino de defender mal la educación pública hemos llegado a esto.
Son muchas las cosas que hay que cambiar en la educación chilena, pero no lo haremos en un par de semanas. Los logros conseguidos por el movimiento estudiantil son una base para seguir avanzando.
Necesitamos mejorar la política. La demagogia es definitivamente tóxica. Los ciudadanos esperan que los parlamentarios cumplan la misión para la cual fueron elegidos y que no pierdan su tiempo en recolectar firmas en la calle para respaldar una frase sonora. Es mejor que presenten proyectos de ley para mejorar las cosas.
Es indispensable que el gobierno aclare sus prioridades y que favorezca los acuerdos para que Chile tenga una educación de calidad para todos, lo que supone un mayor compromiso financiero del Estado. Pero la educación no mejorará por arte de magia: el desempeño de los profesores es crucial. Seamos realistas: los cambios educacionales plantean tareas para este gobierno, el siguiente y el subsiguiente.
Hay que abordar sin tardanza las reformas políticas, en primer lugar la del sistema electoral. Eso es decisivo para tener elecciones competitivas. Y también inscripción automática, voto para los chilenos en el extranjero, nueva ley de partidos políticos.
Iniciemos ahora el debate sobre la reforma tributaria que requiere la marcha hacia el desarrollo. Apostemos fuerte por la cohesión social.
No permitamos que la crispación socave nuestra convivencia. Es esencial que las pasiones políticas no nos nublen la vista. En estas horas, se requieren prudencia y sensatez de todos los sectores para que Chile sea mejor.