Era común escuchar en distintos ambientes que los jóvenes de Chile “no estaban ni ahí”, casi con nada.
En diversas familias era normal escuchar que “estos niñitos no se motivan con nada”, en una referencia directa a sus propios hijos. “Pasan pegados en el computador” o “lo único que les interesa es el carrete… ¿A dónde vamos a llegar? En mis tiempos no era así…”.
Leí en estos días reportes de diarios en donde los padres de los jóvenes que llevan más de 30 días en huelga de hambre en Buin, se han rendido –finalmente- al hecho indubitable que sus hijos, ahora protagonistas de la historia, sí estaban ahí, pero con otros sueños.
Y aún cuando resulte conmovedor escuchar ahora a esos padres afligidos por la ostensible baja de peso de sus niños, decir que acompañan la decisión de sus hijos porque comprenden su lucha, indica que la juventud chilena venía acumulando un proceso de toma de conciencia, subterráneo, casi invisible, imperceptible para los medios de prensa, para los gobiernos, el parlamento, las universidades, los liceos y los partidos políticos.
Cada cierto tiempo esa acumulación salía por alguna parte: peregrinaciones, marchas masivas por el medio ambiente, la defensa de algún bosque y también se manifestaba en las barras deportivas e incluso en los concurridos conciertos de bandas musicales, en donde, a pito de “casi” nada, la euforia se convertía en consigna.
Los políticos fueron los más retrasados en comprender.
Ante la masiva y sorpresiva manifestación de los pingüinos el 2006, respondieron como de costumbre: formando comisiones, dando “garantías”, ajustando pequeños detalles, parchando un poco el modelo educacional por aquí y por allá.
Los estudiantes del 2006 confiaron en la clase política, confiaron en el Parlamento, confiaron en el Gobierno. Los “acuerdos” se suscribieron solemnemente en una ceremonia de Palacio. Los Ministros y líderes del oficialismo y de la oposición de entonces levantaron sus manos ante las cámaras de televisión…Y nada cambió, sustantivamente.
Al día siguiente, miles de familias y los cientos de miles de estudiantes volvieron al drama cotidiano de una educación de mala calidad, con deudas cada vez más insoportables y a continuar viviendo con una rabia contenida. “No están ni ahí”, se decía en algunos círculos políticos y todo siguió adelante.
¿Qué pasó ahora?
La sorpresa y la estupefacción recorren los pasillos del Parlamento, de La Moneda y de las casi abandonadas sedes partidarias.
Una masa de estudiantes lidera la etapa más dura e intransigente de nuestra historia presente y futura. Es la generación de los indignados. Así de simple.
De los que sí están ahí con demandas profundas que la clase política esquivó, descuidó, abandonó o sencillamente no se atrevió a enfrentar: demandas de reformas reales, de cambio estructural, de atreverse a tocar intereses. Y el movimiento se inició con fuerza y logró una amplia y permanente adhesión ciudadana.
Por diversos medios se ha buscado estigmatizar e incluso criminalizar la movilización estudiantil por algunos hechos de violencia.
Cierta TV ha destinado amplio espacio a desmanes, pero omite intencionadamente destacar la masividad nacional de estas movilizaciones y el hecho cierto de que en un 99% se trata de acciones pacíficas, lúdicas incluso, alegres y no por ello menos firme en sus demandas.
Los que no estaban ni ahí en realidad estaban presentes, con su interés y preocupación por Chile, pero desde otra mirada, desde el deseo de justicia y de la igualdad de oportunidades.
Rebeldes con causa ante un sistema político profundamente desgastado e indignados ante un modelo educativo inequitativo.
Se trata de una juventud imbuida de ideales y sueños, precisamente, todo aquello que produce cambios en los paradigmas, en los procesos culturales y en la sociedad.
Podemos entender, entonces, la “intransigencia” de los líderes juveniles, que no aceptan más “mesas de diálogo”, “comisiones de negociación” o promesas vacías. Y saben a donde apuntar: hoy, el origen de la Ley está en manos del Gobierno. Y por tanto corresponde al Ejecutivo disponer los proyectos que reflejen el interés de los movilizados e indignados que representan a millones de chilenos.
No es menor, porque no se trata de ofertas y por eso el Gobierno ha equivocado el camino, adelantando vacaciones, reprimiendo en las calles, ofreciendo parches.
Se trata de cambios estructurales y mientras esto no ocurra es previsible que las movilizaciones no sólo se mantengan sino que además sigan creciendo.