Hace algún tiempo escribí sobre la relación entre poesía y política.
Argumenté que ambos campos, dignos y respetables, en los cuales tenemos los chilenos grandes cultores, no se avienen bien.
En esta ocasión deseo plantear a los lectores de este sitio Web de Cooperativa la relación entre política y ética.
En otros artículos he dicho que la política, central y empíricamente, entre otros aspectos, se caracteriza por ser una contienda denodada, intensa, brutal, e incluso en ocasiones mortal, en torno al poder societal.
Éste a su vez consiste en la tremenda facultad de tomar decisiones que serán obligatorias para todos, y lo serán porque quien/es tienen el poder disponen de la fuerza o coacción para hacer que tales decisiones sean cumplidas.
Ahora bien, yo no pienso ni juzgo que debamos llegar hasta allí en la descripción de la política en la sociedad.
Me parece que debemos avanzar más, por cuanto no da lo mismo, desde un punto de vista ético, cómo se organiza, cómo se obtiene, y cómo y para qué objetivos se ejerce.
Esto es, al contrario del artículo sobre poesía y política antes mencionado, considero y propongo que la política y la ética no solamente se avienen sino que deben avenirse bien
A su vez, pienso que la mejor forma de hacer posible tal avenencia se encuentra en un régimen político democrático, en cualquiera de sus formas, desde las más simples a las más complejas, las más imperfectas a las más cercanas a la perfección.
Considero que una de las más grandes de las virtudes del régimen político democrático es que se puede guiar por valores y mejorar, hacerse más democrático, y que ello incluso es posible a partir de sus formas más imperfectas y débilmente democráticas, como muchos tendemos a catalogar al régimen político institucional vigente en Chile.
En efecto, a mí me parece que mirada desde la ética –o, simplemente, los juicios valóricos que nos permiten distinguir lo que está bien de lo que está mal, lo que es correcto de aquello que es incorrecto- la democracia política ha ido diseñando un conjunto de perspectivas básicas que si no están presentes y no se respetan, el régimen político democrático deja de serlo.
Brevemente, en esta primera parte de esta opinión, me referiré a algunos de tales juicios éticos que son de la esencia de la democracia.
El primero, la primacía de la vida e integridad de la vida de todas y cada una de las personas. Nada de la política, de la lucha política, de sus procesos y de los recursos que se utilicen para obtener el poder que mate, afecte o pueda afectar la vida y la integridad de la vida de las personas en un régimen político democrático es aceptable desde un punto de vista ético.
Esta es la base para el rechazo rotundo a la violencia, en todas sus formas y expresiones, del régimen político democrático y de quienes adhieren a él.
Y este rechazo vale para todos: las personas individuales y los grupos de personas, el Gobierno y la Oposición, las instituciones encargadas del orden y seguridad, los partidos políticos, los ciudadanos organizados o no, los estudiantes, los trabajadores, los intelectuales, los empresarios, etcétera.
El segundo, es que en el régimen político democrático se reconocen, se promueven e implementan, efectivamente, la dignidad y derechos de las personas.
Existe en tal sentido un catálogo nacional e internacional –que se ha ido ampliando- de tales derechos y sus respectivos deberes, y muchas de las instituciones políticas democráticas están diseñadas y se orientan a la defensa irrestricta de la dignidad y derechos de cada persona.
Entre tales instituciones está, por ejemplo, el Poder Judicial, incluyendo ciertas Cortes Internacionales de Justicia.
El tercero, la fraternidad. Todos nos referimos y valoramos en política la libertad, la justicia, la igualdad o equidad, pero tendemos a olvidar o ignorar que la política democrática lleva un componente ético esencial de fraternidad, de relación entre iguales, que desean establecer y establecen efectivamente una relación política cívica, fraterna, de respeto al contrincante, el que no es visto como enemigo en un frente de guerra, sino como un adversario legítimo y respetable.
Todo lo anterior constituye algo básico, aceptado por muchos, por la mayoría de los chilenos, pienso. Pero no por eso está asegurado en la compleja, difícil e intensa realidad política nuestra de cada día.
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