Bursa fue capital del Imperio Otomano por un corto rato, cuando las murallas milenarias de Constantinopla estaban a punto de caer dejando paso a una nueva era. Hacia allá vamos con la selección chilena, herida en sus propias dudas.
Fue ciudad productora de seda, porque por la vieja Bursa también pasaba todo el tráfico desde el Oriente. Famosa por sus cuchillos y por sus damascos, Bursa es hoy la cuarta ciudad más importante del país y una de las más occidentalizadas, quizás porque acá están afincadas las principales empresas productoras de Europa y Estados Unidos.
Hay muchas maneras de llegar, pero si todo sale de acuerdo a lo previsto, lo haremos por ferry, cruzando el Mar de Marmara, mientras en Chile se debate intensamente el resultado de las primarias, que hemos seguido a través de Cooperativa a la distancia, gozando del segundo plano al que quedó relegada esta selección de Salas después de su dolorosa derrota ante Irak.
Es hora de recomponer las cosas, de buscarle un sustito a Rabello, de afinar un esquema que permita neutralizar la potencia –a ratos vehemencia- y velocidad de los croatas y para eso hacía falta tranquilidad y calma. Vi el partido frente a Nueva Zelandia y son equipo sin grandes brillos ni talentos, pero con gran efectividad ofensiva.
Estos croatas se tienen fe y creen poder disputar el título. Historia, como a Bursa, les sobra. Hacen referencia constante a Mirko Jozic y a esa selección yugoslava que ganó el 87 en Chile, con una generación brillante que, según el actual técnico Dinko Jelicic, sirvió de inspiración a estos jóvenes que “piensan en cosas grandes”.
Hoy, cuando nos enfrentemos a la antigua capital del imperio, habrá un recuerdo constante para ese equipo que ganó el Mundial por penales frente a los alemanes (todavía federales) y que luego tuvo que soportar la más cruel, dolorosa e inevitable de las guerras civiles de fin de siglo, cuando cayó el muro y los vestigios de Tito y su socialismo independiente del Kremlin ya eran sólo un recuerdo. Mucha gente murió y mató para que los croatas compitan hoy por su propia cuenta y nos cuesta imaginar que en ese entonces el mundo era tan distinto al actual. Basta mirar el mapa de Europa en 1987 y compararlo con el actual.
El tiempo pasa. Para todos. Y más rápido de lo que imaginamos.