24 jun 2013

El fracaso de Alejandro

Termessos quita el habla. Literalmente. Porque recorrer por casi una hora y cuesta arriba el sendero estrecho que sube hasta los 1.050 metros de altura no es tarea fácil. Pero una vez en la cima se comprende por qué las ruinas de esta ciudad helenística, que vivió su esplendor 400 años antes de Cristo, son un secreto desconocido para la mayoría. Hasta acá no llegan muchos turistas, pese a que se la promociona como la única ciudad que Alejandro Magno no logró conquistar.

Cuando se visita Termessos uno comprende el fracaso del guerrero. Lo fácil es decir que cuesta subir, que está ubicada entre dos cumbres inexpugnables o que las murallas eran impresionantes. Pero, según los historiadores, lo que salvó la ciudad en su época fue la increíble organización interna, que se vislumbra entre las ruinas; y cuando digo ruinas es porque estamos hablando de ruinas: no se ha reconstruido nada, ni se ha puesto piedra sobre otra.

Había un teatro, varios templos, un agora, casas, dos cementerios y un impresionante sistema de captación de aguas. Todo colgando de una montaña a menos de una hora de Antalya. Para decirlo en buen chileno, cada cosa estaba en su lugar. La defensa era bien sólida, pero no comprometía la belleza ni el orden estético que hicieron célebre a esta ciudad, paso obligado de quienes transitaban entre Asia a Europa.

Ni Alejandro Magno pudo contra tanto orden, disciplina y lógica. Lo pensé mientras rodaba incansablemente en la bajada, asociándolo con la selección chilena de Mario Salas tras el debut frente a los egipcios y en la antesala del duelo contra Inglaterra.

Salas, al igual que Bielsa en Sudáfrica, antepone su esquema de juego a las características propias de sus jugadores, lo que está muy bien desde la opción táctica que tomaron. No es de los entrenadores que juegan “de acuerdo a los jugadores que tengo”, sino que imponen un estilo. Los que tienen que adaptarse son sus ejecutores y por eso, en el 4-2-3-1 que ideó, Angelo Henríquez tiene que transitar por la derecha, Nicolás Maturana por la izquierda y Cristián Cuevas transformarse en lateral, aunque por su estilo todos ellos quisieran sacudirse de sus obligaciones para beneficio propio.

Podríamos plantearnos hoy una dupla de ataque con Castillo y Henríquez más juntos, Rabello a sus espaldas y tras volantes de marca, por ejemplo. Un 4-3-1-2 con Oscar Hernández acompañando a Fuentes y Martínez en el mediocampo, pero eso no sería la impronta de Mario Salas, que por algo clasificó y, además, ganó su primer partido frente a un rival muy complicado.

Podríamos pedir otro orden, otra lógica, otra estrategia, otros especialistas, pero eso sería modificar la idea de un técnico que exige tareas determinadas, aunque vayan en sacrificio de quienes las ejecutan. ¿Tendrá la capacidad para flexibilizar ese esquema? Por supuesto. Lo hizo en Mendoza y lo hace cada vez que piensa un cambio o le expulsan un jugador.

Acá, en la Turquía de balneario, los chilenos paliamos el calor hablando de eso. Encerrado tras su muralla, apelando al orden y la motivación, Salas resiste el asedio. Como Termessos, la ciudad que ni Alejandro Magno logró conquistar.