El problema de Chile es que el esquema es muy poco flexible. Perder a Angelo Henríquez y a Nicolás Maturana obligándolos a asumir roles que no sienten ni interpretan adecuadamente, en mi criterio, debilita las opciones de ataque, las reduce y las limita, porque ambos están lejos de sus posibilidades y no aportan peso de ataque.
La labor de Rabello se oscurece y presenciamos un empate amargo, sin gusto, que sólo deja un punto. Con muy poco brillo y desequilibrio. Todos los equipos, incluso los más tácticos, dejan espacio a la improvisación, al desequilibrio, al toque de genialidad.
Porque las dudas esta vez se acrecentaron. Mas que reducirse aumentaron con respecto al duelo contra Egipto y eso no pone en duda la clasificación, ciertamente, sino la evaluación del juego de Chile. Frente al muy limitado equipo inglés, vimos una deslavada actuación, aunque lo positivo es que aún se puede mejorar.
¿Por qué insisto en la flexibilidad? Porque con los jugadores de que dispone, Salas podría mover el naipe. Jugar con dos en punta (Castillo y Henríquez o Castillo con Bravo), dejar a Rabello como enganche y sumar a Hernández como volante mixto, por ejemplo. Y se aceptan nuevas sugerencias para desafíos que se anticipan mayores.
Lo que me parece inconveniente – y escribo a minutos de haber culminado el pleito- es caer en el desánimo o la crítica exagerada, sobre todo porque en cualquier mundial sumar cuatro puntos al cabo de los dos primeros partidos es una gran medida. Y porque más allá de las zozobras vividas contra Egipto e Inglaterra, el equipo no se vio jamás cabalmente superado.
Me sorprendió el esquema inglés del primer tiempo, definitivamente ratonil, y los problemas que tuvo Chile para administrar la pelota que casi siempre estuvo en sus pies. Salas y el plantel merecen el crédito de mantenerse invictos, pero un mínimo ejercicio de autocrítica indica que se puede mejorar, sin ponerse demasiado nerviosos.