Jorge Sampaoli juega paddle y luego se baña en el mar de Costa do Sauipe, el balneario ubicado al norte de Bahía -una suerte de Marbella más grande e igual de ochentero- que se posa calmo en el Atlántico. Los periodistas de la televisión rusa, que vienen de la nieve y doce grados bajo cero, transpiran junto al aire acondicionado de la carpa instalada para el sorteo. Zidane se pasea en bermudas y no es raro encontrarse con un famoso bajo las palmeras de la piscina.
Sé que dicho de esa manera parece un paraíso, más aún si agregamos a las modelos sobre-operadas que trae la televisión mexicana o italiana, pero la cosa es de otra manera. En el centro de prensa hay atochamiento y sobrepoblación, lo que conspira de manera evidente para la sensación de ahogo y mal olor.
Es un sorteo para la Copa del Mundo en Brasil y lo lógico es que, en el puntapié inicial, quisieran vender su mejor producto al planeta: la playa, el calor, la belleza humana y natural. Más, por supuesto, una sensación de relajo que siempre ha sido el sello del país. Las obras del aeropuerto de Sao Paulo, por ejemplo, están atrasadísimas, pero hay confianza en que en cuatro meses terminarán lo que todavía está en obra gruesa, para hacer eficiente uno de los aeropuertos más pobre, ingrato e ineficiente del continente.
Pelé jura que no aceptó la invitación a sacar bolitas en el sorteo porque no quiere ser sinónimo de mala suerte para su país, que cree en las cábalas, la macumba y lucha por no tentar al destino. Vi el ensayo, poco antes de la conferencia de Blatter, y me pareció pobre, musicalmente hablando. Un par de danzas sin identidad, un par de canciones que no impresionaron. Ojalá me equivoque, pero Brasil no ha tirado todas sus cartas ganadoras ni en la Copa Confederaciones ni, aparentemente, en este sorteo que abre el Mundial. Una rica tradición musical merece más que estos numerillos ñoños y desabridos.
El lugar de la ceremonia está diseñado para evitar pifias o desaires: sólo habrá invitados y periodistas, lo que evitará que el bochorno de Blatter y Roussef vivido hace unos pocos meses en Brasilia –cuando todo el estadio los abucheó- se repita.
Acá, a pocos metros de una playa que se adivina pero no se ve, todos hablamos de bombos y cruces. Pocos quieren ir a Manaos, la sede del Amazonas, que me parece cautivante y exótica: prefieren quedarse en Porto Alegre, Belo Horizonte, Río o Sao Paulo, por temperaturas y conectividad, porque acá todo es grande y largo, sobre todos los viajes. Y por eso, en la antesala, los rusos y Sampaoli, la BBC y Cooperativa apuestan, desean y anhelan un sorteo amable, donde todo esté cerca, a la mano y fácil.
Y eso es mucho pedir, incluso en un lugar que parece un paraíso, pero definitivamente no lo es.