Ningún país de la órbita musulmana tuvo una revolución tan radical y absoluta como Turquía. Fue obra de Mustafá Kemal, un oficial de ejército que se puso al frente del país tras el derrumbe del Imperio Otomano trasla Primera GuerraMundial.
Las estatuas de Ataturk -el apellido que adoptó para sí mismo tras “europeizar” incluso las identidades- se multiplican en todas las ciudades como padre y salvador de la patria. Su lucha más trascendente fue por el laicismo del Estado, la marca más evidente de una nación de amplia mayoría musulmana, pero de espíritu claramente occidental.
Con Ataturk se acabó el califato, se cerraron las escuelas teológicas y la ley islámica fue reemplazada por un código civil inspirado en el modelo suizo. El código penal vino de Italia y las leyes comerciales se adaptaron de las alemanas. En 1934, las mujeres, como parte de la conquistas de nuevos derechos, no sólo votaban, sino también podían ser elegidas para el Parlamento. Se prohibió el uso de velo y se las alentó a incorporarse al mercado del trabajo.
Ya en 1928, el gobierno había reemplazado la grafía árabe por el alfabeto latino, y todos los turcos entre seis y 40 años fueron obligados a asistir al colegio para asimilar el cambio que facilitaba la publicación de materiales impresos. Ataturk consideraba al fez, el típico sombrero otomano, como símbolo de feudalismo y también lo prohibió, aunque, como todas las medidas extremas, siguió existiendo para parte importante de la población.
Bursa es la más tradicional ciudad turca donde hemos estado. Lejos de espíritu cosmopolita de Estambul, alejada del relajo turístico de Antalya, las mujeres van casi todas con velo y las normas del Corán parecen aplicarse más rígidamente. Por eso me llamó la atención la declaración del Ministro de Turismo turco, quien, alarmado por la baja turística que provocaron las protestas, se declaró confiado en que el mes de Ramadán atrajera más divisas a la economía.
¿Cómo es posible eso? Ramadán es la clave del culto musulmán, se desarrolla en el noveno mes del calendario lunar y este año comienza el 9 de julio. Son treinta días en que cada fiel debe acercarse a la religión y a la meditación mediante una serie de ritos y oraciones, pero preferentemente al ayuno. No se puede ingerir agua ni alimento, tener sexo o fumar desde que sale el sol hasta que se pone. Se pueden lavar los dientes –antes del alba- pero cuidándose de tragar agua.
¿Y el turismo? El occidental llega atraído, según el ministro, por la observación del culto, que implica más oraciones diarias. Y el islámico porque en Turquía la aplicación del Ramadán es un poco más flexible, según las leyes de la costumbre, del uso público y del Estado, gracias a Mustafá Kemal, de apellido Ataturk por ley dela República.
Hablar de flexibilidad nos lleva fácilmente a Mario Salas y su esquema, el debate permanente, la división de las aguas. Pero tengo la sensación -puedo equivocarme- que de eso hemos hablado mucho.