Para mí los aviones se dividen entre los que tienen ceniceros y los que no tienen.
Desconfío cuando me siento –en pasillo o ventana- si el manillar tiene un cenicero, porque significa que la nave es de tiempos prehistóricos, de cuando uno se subía y podía prender, en cualquier fila, un cigarrillo. ¿Cuándo se acabó ese privilegio? ¿Hace 30, 35 años? Y no hablo de cuando la gente se apiñaba al fondo, sino cuando todos los pasajeros podían tirar humo en medio de una turbulencia. De hecho, me siguen pareciendo anacrónicos los avisos luminosos que prohíben tan inhumana situación.
En esa época Oscar Hernández no había nacido aún. El volante de la Unión Española estaba en su casa, de vacaciones, cuando lo llamó Mario Salas desde Antalya para comunicarle que era el último de los convocados a la selección chilena sub 20. En el Charles de Gaulle de París esperaba el vuelo a Turquía con la ilusión desbordada. En menos de un mes ganó su primer título chileno, clasificó a Copa Libertadores y jugará un Mundial, por lo que la sonrisa no le cabía en el rostro.
Cuando se aprontaba a abordar el avión – que tenía ceniceros- tuvo palabras amables para los dos muchachos que se quedaron debajo de la Copa del Mundo por lesiones de último momento, Diego Rojas e Ignacio Caroca, que deberán transformar esa inmensa amargura en un aprendizaje doloroso pero necesario.
Hernández le da alternativas a Salas y su ausencia llamaba la atención porque se demostró un habilitador de fuste, funcional en el mediocampo y con remate de gol. Era el más regular de los sub 20 en el torneo y aunque no estuvo en Mendoza ni en muchos amistosos previos, su notable aporte al título del cuadro del Coto Sierra le pavimentó un camino que fue largo, tortuoso y apremiante, pero que tuvo un final feliz. Como el vuelo desde París a Estambul.
A las siete de la tarde en punto hay caceroleos en la capital turca. La plaza Taksim ya fue desalojada por las fuerzas policiales y hay abundante presencia policial en las calles céntricas. Los turistas siguen llegando sin dramas al aeropuerto Ataturk y la FIFA no ha hecho amago de cambiar las condiciones en que se jugará la Copa del Mundo, pese a que la inestabilidad se intuye.
El tránsito es caótico no por el desorden, sino por los tacos, como en todas las grandes capitales del mundo. Pero no cometeré el pecado de hacer un tratado social, político y turístico sobre Estambul a pocos minutos de haber llegado. Dejaré eso para mañana, claro.