Antes del Mundial Sub 20 en Turquía, una escala en la Copa Confederaciones, la antesala del Mundial del 2014 que comienza con un partido de dos equipos que estarán presentes: Brasil y Japón. Jugarán en un estadio impresionante que Chile ya conoce, el Mané Garrincha, con capacidad para 76 mil personas.
Un monumento moderno en medio de Brasilia, la ciudad que mantiene sus particularidades a poco más de medio siglo de su concepción. Y aunque algunos barrios no pueden disimular su aire retro, con edificaciones de los sesentas que ya no son un paradigma de modernidad, el espíritu que le otorgó Niemeyer sigue incólume. Los grandes espacios abiertos, las anchas avenidas, los núcleos autosuficientes siguen marcando el ritmo de una urbe que se distingue porque cada cosa parece una obra de arte. Desde la Catedral al Parlamento, pasando por los paraderos de buses y el reloj que marca las horas que faltan para que se inicie la Copa del Mundo.
Brasil no escapa a la tendencia que otros organizadores viven en la antesala. Los atrasos en las obras, la sensación de que todo se está construyendo, las amenazas de la FIFA y la sensación de opulencia y despilfarro que los juegos y los mundiales firman por donde pasan. Le pasó a Japón y Corea que hicieron estadios desmontables, lo vivió China con el Cubo de Agua y el Nido de Pájaros (hoy virtualmente en desuso), a Sudáfrica con el estadio que levantaron en medio de la nada en Nelspruit, a Inglaterra con el Olímpico (que aun no encuentra uso definido) y seguramente la pasará a Brasilia con el imponente, impactante, atemorizante Mané Garrincha.
No hay equipos en Brasilia con capacidad de convocatoria para llenar este recinto. De hecho, se inauguró el 25 de mayo con un partido entre Flamengo y Santos y albergará, obviamente, un pleito de la Copa Confederaciones y luego otros tantos del Mundial. Quedara aquí como otro monumento en una ciudad que valora el diseño, el arte y la cultura como pocas en Sudamérica, pero que no podrá dejar de pensar que esa inmensa mole será, para siempre, un monumento a la grandeza, a la opulencia y al despilfarro en un país que lucha y seguirá luchando por eliminar la pobreza y el desamparo de muchos de sus habitantes.
Habrá nuevas carreteras y aeropuertos. Obras públicas a granel para acoger a los millones de visitantes (chilenos incluidos, esperamos todos) que llegarán a disfrutar del fútbol, las playas, la caipiriña y la samba. Si estos eventos traen desarrollo es un tema en permanente discusión. Por ahora, contemplando este estadio que lleva el nombre de un talento que gozó su existencia entre la opulencia y el despilfarro, será un homenaje a un modo de vida siempre despreciado y combatido, por las mayorías.
Pero que es el sello universal de este país. ¿O ya no recuerda a Vadinho, el galán descarriado de Doña Flor?