Para ser honestos, el rival es temible. Por el presente, como recalca Jorge Sampaoli, pero por sobre todo por su pasado. Con Claudio Bravo compartimos una estadística terrible ante los brasileños. Ambos hemos estado (él en el arco, yo en las transmisiones) en las últimas dolorosas goleadas que nos han propinado.
No he querido hacer la suma, pero este es el detalle grueso. Todo comenzó en Brasilia en las clasificatorias para el 2006 y nos comimos cinco. En Gotemburgo, también con Acosta en la banca, fueron otros cuatro en un amistoso. En Copa América de Venezuela jugaron dos veces: 3 a 0 en la fase previa, seis a uno para quedar eliminados, después del “Puertordazo”.
Con Bielsa en la banca sufrimos -sigo unido al arquero- un tres a cero en el Nacional y un cuatro a dos en Salvador de Bahía, cuando parecía que por fin salíamos de perdedores con los goles de Suazo. Y en Sudáfrica ni hablar: 3 a 0 lapidario.
En cuatro de esos partidos, Juan nos hizo un gol de cabeza para abrir la cuenta. Y el puro Robinho nos hizo seis. Sin hablar de Luis Fabiano y Julio Baptista, que también nos vacunaron seguido. Lo dije en el programa y frente a mi jefe: no quise desmenuzar esta estadística antes porque no me habrían mandado a la gira, pero juro que si nos topamos en el Mundial y sigo sin ganar un punto, me voy a hacer un sahumerio con una santera bahiana, porque yo no creo en mufas, pero no hay que tentar al destino cuando la suerte de la selección en una Copa del Mundo está en juego.
Es un ejercicio de honestidad el que hago y no quiero que sea utilizado en mi contra, pero la evidencia es lapidaria. Edgardo Marín me consolaba diciendo que casi todos los periodistas deportivos chilenos arrastran una estadística similar, incluidos Julito Martínez y Míster Huifa, pero la comparación me resultó odiosa: tantos años no tengo. Y he visto triunfos históricos, como el de la Copa América en Cuenca (con Salah en la banca) y el 3 a 0 por las eliminatorias el 2000.
Se lo confesé a Ernesto Díaz al oído mientras caminábamos: el lloró en Wembley por su segundo triunfo consecutivo ante los ingleses. Si ganamos ahora a la mejor selección del mundo, yo lloraré, aunque esperaré a salir del Domo, para que las lágrimas se confundan con la nieve.