19 jun 2013

Taksim, la plaza incendiada

Estambul está construida sobre miles de años de historia. El paso obligado de Europa a Asia vivió el esplendor griego, la hegemonía romana, construyó el Imperio bizantino y el esplendor de los otomanos antes de convertirse en la República de hoy.

Hay, o debería haber, un trozo de esas épocas en cada metro del Cuerno Dorado, pero cada una de las conquistas fueron saqueando y luego edificando sobre los cimientos ardientes una nueva cultura.

Orhan Pamuk, el más célebre de los escritores contemporáneos de este país, reflexionaba amargamente sobre la desmemoria de su ciudad, que era capaz de levantar una torre moderna al lado de una mezquita milenaria sin rubores ni sentimentalismos.

La plaza Taksim son dos manzanas de árboles que sobreviven a duras penas en medio del comercio, edificios centenarios y rascacielos del centro de la ciudad. Un enclave verde que ya sufre los efectos de una medida drástica: va a desaparecer para construir un mall. Allí comenzaron las protestas del descontento ciudadano, que une afanes coyunturales con la desesperación de los más tradicionales al ver desaparecer –otra vez- un pedazo de su tradición.

Los policías descansan sentados a la sombra de los mismos árboles que pronto desaparecerán, mientras los carros policiales de color blanco están prontos a reprimir cualquier manifestación. Innecesaria precaución, porque de las protestas con muertes incluidas se ha pasado a una resistencia pasiva muy focalizada. Gente inmóvil, de pie, en silencio, mirando de frente una imagen gigante de Ataturk, el prócer de la nueva patria.

La FIFA “garantiza” la normalidad del torneo, aunque no se sabe bien cómo podría hacerlo frente a la movilización y los caceroleos, que responden a la tendencia universal de las “protestas ciudadanas”, que acá, al menos, tienen fundamento económico y cultural en sus inicios, pero no se sabe a dónde podrán llegar.

Mientras tanto, lejos, en Antalya, un balneario para turistas turcos, ucranianos y alemanes, la selección de Mario Salas tiene que construir su propia historia sin destruir la anterior.

Como ya se sabe, la selección jamás ha ganado un torneo, en ninguna categoría, pero en la sub 20 ostenta dos terceros lugares y un cuarto en los mundiales, una marca muy superior a la de la Roja adulta. Sulantay, Véliz e Ibarra rozaron la final, pero no la conquistaron. Puede ser el turno de estos muchachos en un torneo que arranca con un claro favorito: España. A sus múltiples logros acaba de agregar el título europeo sub 21, ratificando un poderío que se acrecienta ante las ausencias de Argentina y Brasil, los dominadores de la categoría.

Es ahí donde se puede construir algo nuevo. Respetando la tradición, pero comenzando de cero.