La apertura de la Copa Confederaciones será recordada más por la multitudinaria pifia a Dilma Russeff y a Joseph Blatter que por los goles del Scratch. Tratando de lanzarle un salvavidas a su acompañante en el palco, el presidente de la FIFA terminó por hundirla, y es que el máximo organismo del fútbol hoy sólo puede asociarse a la corrupción y el manejo político más alejado de la gente.
A un año exacto del inicio de la Copa del Mundo, donde Chile con seguridad estará, no hay mucho que mostrar salvo la infraestructura obligatoria. Pero no hay himno, y en la ceremonia inaugural de Brasilia el espectáculo fue pobre, descoordinado y sin brillo. Se presentó musical y coreográfica a las ocho naciones participantes en un recocido deslucido y pálido.
Brasil junto a Inglaterra tienen la música más íntimamente ligada al fútbol, y mientras por los parlantes del “Mané Garrincha” resonaba una banda anglo para mí totalmente desconocida, pensé en Chico Buarque y la pléyade interminable de cantantes populares que se inspiraron en las gambetas y la folha seca para escribir canciones, que hoy brillan por su ausencia. El armadillo que será la mascota aparece poco y, en la primera mirada, los brasileños están más preocupados del gasto público que de otra cosa. Y por eso la pobre de Dilma fue pifiada sin misericordia.
Poco más brindó la escuadra de Scolari en la cancha, con el claro afán de darle protagonismo a Neymar, el rival de Messi en el Barcelona y el próximo año en la Copa del Mundo. Pero los japoneses no estaban de ánimo, no querían aguarle la fiesta a los locales y dieron una feble lucha por el balón. Se jugó lento, se cuidó la pelota y se aplicó, a rajatabla, el 4-2-3-1 en boga.
Poquito (o poquinho) para iniciar la fiesta.